“Deseaba
tener una habitación limpia e individual, un armario lleno de ropa, una cama
muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave.
Pero debía matar a alguien. También soñaba con sentirse amparado por una
institución del Estado y vivir entre camaradas en una residencia de volúmenes
modernos donde hubiera una biblioteca, campos de deporte, una cafetería con
barajas, y una sala de televisión que diera a un patio o tal vez a un jardín
cubierto de flores de nieve. Para eso necesitaba un buen cuchillo y el dinero
del billete de avión. Era un sujeto hambriento y desamparado, que en Madrid iba
como un perro callejero por los semáforos con la mano tendida pendiente de la
caridad automovilística. Sabía que si lograba realizar aquella hazaña toda su
miseria acabaría de repente. Sólo trataba de recobrar la dignidad. Tampoco
exigía demasiado. Pedía comida, trabajo, tiempo libre, aseo personal, un
pequeño espacio para soñar, algún compañero de fatigas con el que pudiera
hablar del pasado, pero ese paraíso estaba lejos de aquí. Antes tenía que
liquidar un prójimo. Por fin se decidió a hacerlo.
Este
“perro” madrileño primero cometió un atraco logístico a un estanco, sacó el
pasaporte y compró un billete de avión con destino a Suecia. No llevaba consigo
la navaja todavía. La consiguió en el mismo aeropuerto de Estocolmo, y después
de pasar la aduana, puestos ya los pies en una tierra tan amable, comenzó por
acuchillar a un nativo, y no mató a uno, sino a tres, porque sabía que cuantos
más crímenes hediondos cometiese, más firme sería su porvenir. Se entregó
enseguida, lo metieron en una cárcel del país y, al instante, allí le fueron reconocidos
sus derechos humanos. Esa noche durmió en una celda con calefacción; al día
siguiente tomó varias sopas humeantes; luego le atendió un psicólogo y, a
continuación, inició una vida respetable y deportiva dentro de los muros; y no
le faltaba cada dos semanas aquella mujer que le ofrecía el cuerpo con un poco
de amor ficticio durante una hora de visita. Su sueño ya nunca tendría final.
(Vicent, Manuel, Parábola para tiempos oscuros, en Educar con Parábolas, Material Para
Educadores (3), Madrid, 1996 (6ta. Edición), p. 42-43.