“Yo me sentía agradecido, sin saber a quién
agradecer. Los niños sienten gratitud cuando San Nicolás colma sus mediecitas
de juguetes y bombones. ¿Y no había yo de agradecer al Santo cuando pusiera, en
vez de dulces, un par de maravillosas piernas dentro de mis medias? Agradecemos
los cigarros y las pantuflas que nos regalan el día de nuestro cumpleaños. ¿Y a
nadie había yo de agradecer ese gran regalo de cumpleaños que es ya de por sí
mi nacimiento? (Chesterton, G. K.,
Orthodoxy, p. 104)… Dejamos de agradecer si no estimamos como un don lo que
recibimos. Y tampoco se le puede considerar un don si o se reconoce que existe
alguien que lo concede por su bondad y libertad. Detrás de un con siempre se
halla una persona que nos ama. Si permanecemos deslumbrados por el regalo, y
sólo en él fijamos nuestra mirada, podremos experimentar placer, pero no
gratitud. Nos apropiaremos de la vida como nos apropiamos de las cosas;
codiciaremos poseer más; tendremos miedo a perder la vida; nos sentiremos
dueños de ella; sufriremos cuando la veamos amenazada, pero no vislumbraremos
la mano que nos la brinda. Sin gratitud no puede haber felicidad verdadera.
La sorpresa de la existencia no brota en un
desierto. Son innumerables las condiciones que hicieron posible nuestra llegada
a la vida, así como el mantenernos en ella. Si las contáramos, sumarían más que
los granos de arena de las playas o las estrellas del cielo. Una intervención
quirúrgica que nos devuelve la salud no es más asombrosa que una buena
digestión, un vaso de agua fresca o la caricia de nuestra abuela el día en que
caímos enfermos.
Y no existe sólo el infinito de una noche
estrellada que con su belleza nos quita hasta el aliento. También existe el
infinito, el cercano que está al alcance de la mano… Hasta el filósofo ateo
Anthony Flew, frente a la sorprendente complejidad del DNA, debe admitir la
existencia de un “designio inteligente” sin el cual sería inexplicable.
Dios llena nuestra vida de milagros
infinitamente pequeños y silenciosos, signos ordinarios de su amor
extraordinario hacia nosotros. Son signos tan silenciosos que a veces ni
siquiera los percibimos o agradecemos. Más a menudo, olvidamos simplemente
haberlos recibido. Regalos que tienen el único fin de hacernos volvernos hacia
arriba, allá de donde vienen. Si dejamos de apreciar el don, no levantamos la
mirada… “.
(Isingrini, Virginia; El sol también de noche; Un itinerario hacia
la autoestima, Sal Terrae, Santander, España, 2006, p. 18).